jueves, junio 25, 2009

El infierno y el tiempo como mercancía

Napoleón decía que si tenía que elegir entre el tiempo y el espacio, optaba por el primero, pues el segundo siempre puede recuperarse.

Ya en esa época cercana a la revolución francesa, el tiempo afianzaba en occidente su valor como mercancía intangible.

“El tiempo es oro”, solemos decir por estas longitudes, dejando de lado la concepción de otras culturas que, consideran que ese valor áureo se encuentra en las personas y no en lo que media entre dos eventos de manera inasible.

Convencidos del valor intrínseco del tiempo y, habiendo impreso, más o menos en la época en que Napoleón se debatía frente al dilema, los primeros papeles moneda, creamos, más tarde, el concepto del interés.

El interés es una cosa muy extraña aunque convivimos con él desde hace un buen rato y consiste en la diferencia al respecto de la posesión de dinero en función del tiempo: No es lo mismo tener un peso mañana, que tenerlo hoy.

Basados en esta idea, que, llamativamente, no se le menciona a ningún niño en la escuela, hicimos los bancos y el sistema financiero. Convertimos el dinero en un artículo de consumo en sí mismo. Un bien que, recursivamente, se puede adquirir con más dinero.

Recientemente, esos bancos, a sabiendas del valor que otorgamos al tiempo en sí, crearon servicios que lo ofrecen como mercancía: débitos automáticos, máquinas que entregan efectivo durante todo el día y otros…

Hay uno de esos servicios que es es fascinante, pues plantea tan llamativamente la transferencia del tiempo como mercancía que, si uno se detiene un minuto, puede pensarlo, incluso como un ejemplo más de la distribución inequitativa de los recursos en una sociedad.

Los servicios de pagos entre empresas, los llamados “servicios de pago a proveedores”, venden a las grandes empresas, cantidades de tiempo.

Tiempo que no tendrán que usar para atender a quienes les proveen de bienes y servicios en el desagradable momento de compensar esas prestaciones.

Lo llamativo es que los grandes bancos, no sólo venden el tiempo de sus propios dependientes. Venden también el tiempo de hordas de cadetes y motociclistas que deben aguardar en el hastío que parece propio de una de las encarnaciones del infierno.

Ese infierno en el que, al final del camino se revela un íncubo o súcubo que pondrá a prueba al héroe, juzgando sus habilidades burocráticas antes de entregarle o negarle, lo que, suponemos, es el valor. En ese juicio de valor, en el que siente que su alma es ponderada, no advierte que ha sido expropiada una porción de su existencia. Una porción que no volverá.

No en vano, los bancos utilizan sus subsuelos para brindar esos servicios. Tal vez, incluso, esos demonios no son sus empleados, quizás son almas condenadas al triste destino de revisar recibos hasta el fin de los tiempos. Si acaso este escurridizo bien es finito.

4 comments:

Euphoria dijo...

Hay muchas cosas que no se enseñan en la escuela, cosas que deberían empezar a considerar los planes de estudio.
Me gustó mucho este escrito al que considero un breve ensayo.
Besos!

MaxD dijo...

Un Divino ensayo dantesco sobre el mundo financiero y la globalización.

(Ahora dicen que parte de mi trabajo lo hará alguien en un centro de servicios en Costa Rica, en algún sucucho parecido al mío, pero más normalizado.)

Marcos dijo...

@MaxD:¿Y el resto lo conservás?

MaxD dijo...

Sí, digamos que casi todo el trabajo que hacemos es no-normalizado, difícil de entender para otras nacionalidades. Ya lo intentaron con la India, y aunque le ofrecimos pollo en lugar de asado, no nos entendimos, ahora prueban con Costa Rica. Bastante nos cuesta entendernos con nuestros hermanos chilenos, así que en esta diversidad cultural, espero que poco a poco vayan fracasando en esta idea de estandarizar todo.